Probablemente muchos de vosotros conozcáis ya esta historia o hayáis oído hablar de ella. Se trata de un caso curioso, que no sé cuánto tendrá de verdadero, pero sí ilustra muy bien el tema del que os quiero hablar en el blog.
Cuentan que una compañía japonesa de cosmética recibió la queja de un cliente que compró una caja de jabón de esa empresa, pero al abrirla, la caja estaba vacía. Por alguna extraña razón, esa caja de jabón pasó vacía por la cadena de montaje. Los directivos de la empresa pidieron a sus ingenieros de producción que encontraran una buena y rápida solución del problema.
De inmediato y en un tiempo record, los ingenieros japoneses se lanzaron a idear una supermáquina de rayos X, valorada en millones de dólares, con monitores de alta sensibilidad, y manejada por un equipo de varias personas. De esta forma consiguieron vigilar todas las cajas de jabón que pasaban por la línea de producción, y así se aseguraron de que ninguna estuviera vacía. Sin duda, trabajaron duro y rápido… ¡pero a qué precio!
Este caso también llegó a los oídos de otras empresas competidoras, que también comenzaron a idear posibles soluciones para prevenir este problema. Un operario de producción de una de esas empresas, no entró en complicaciones de rayos X, robots, equipos informáticos o sistemas similares. En lugar de eso planteó a sus directivos otra solución. Compró un potente ventilador industrial y lo apuntó hacia la cadena de montaje. Encendió el ventilador, y mientras cada caja pasaba por el ventilador, las que estaban vacías simplemente salían volando de la línea de producción. Así de sencillo, rápido, y eficiente.
Muchas veces, cuando nos enfrentamos a un problema, ideamos soluciones extremadamente complejas, que posiblemente sí solucionan el problema, pero que suponen un grandísimo esfuerzo económico, en tiempo, recursos, etc. Como se suele decir, matamos moscas a cañonazos.
Sin embargo, otras posibles soluciones más simples y sencillas, y a priori más “absurdas”, también podrían ser válidas y darían una respuesta más eficiente al problema. Pero estas ideas ni tan si quiera nos las llegamos a plantear. No se nos llegan a ocurrir de forma consciente. Esto se debe a que la primera barrera a ese tipo de propuestas “absurdas” somos nosotros mismos. Generalmente, nuestra mente ni las llega a contemplar o a tener en cuenta. Digamos que no existen para ella.
También es cierto que puede darse el caso de que sí las pensamos, pero rápidamente las descartamos automáticamente. No les damos ni una oportunidad para su desarrollo. Pensamos eso de “cómo va a ser posible esa idea… es un poco absurda, no va a ser válida, seguro que sale mal…”
Incluso a veces parece que nos “volvemos locos”, nos tiramos la manta a la cabeza, y sí confiamos en nuestra idea. ¡Muy bien! Pensamos que nuestra idea “ridícula” y surrealista puede ser útil. ¡Perfecto! Pero finalmente muy probablemente ni tan si quiera la llegamos a compartir o presentar en un equipo de trabajo, por miedo a que se rían de nosotros al proponerla. Seguro que esto nos ha pasado a todos alguna vez ¿verdad?
Por tanto, si alguna vez os enfrentáis a un problema aparentemente muy muy complejo, y se os ocurre una solución sencilla pero aparentemente absurda, y tenéis que presentarla a un equipo o un comité, os recomiendo que primero les contéis esta curiosa historia. Seguro que todos estarán más receptivos a vuestras propuestas después de escucharos. Recordad, muchas veces la solución más simple y aparentemente absurda es la más eficiente.
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